La vida, una cosa detrás de la otra.
domingo, 15 de mayo de 2011
Borges. "La violencia".
La violencia
Una tarde en la vida pareja de ese hombre ocurre un hecho insólito: en la pulpería le notician que ha llegado una carta para él. Don Wenceslao no sabe leer; el pulpero descifra con lentitud una ceremoniosa misiva, que tampoco ha de ser de puño y letra de quien la manda. En representación de unos amigos que saben estimar la destreza y la verdadera serenidad, un desconocido saluda a don Wenceslao, mentas de cuya fama han atravesado el Arroyo del Medio y le ofrece la hospitalidad de su humilde casa, en un pueblo de Santa Fe. Wenceslao Suárez dicta una contestación al pulpero; agradece la fineza, explica que no se anima a dejar sola a su madre, ya muy entrada en años, e invita al otro al Chivilcoy, a su rancho, donde no faltan un asado y unas copas de vino. Pasan los meses y un hombre en un caballo aperado de un modo algo distinto al de la región pregunta en la pulpería las señas de la casa de Suárez. Éste, que ha venido a comprar carne, oye la pregunta y le dice quién es; el forastero le recuerda las cartas que se escribieron hace un tiempo. Suárez celebra que el otro se haya decidido a venir, luego se van los dos a un campito y Suárez prepara el asado. Comen y beben y conversan. ¿De qué? Sospecho que de temas de sangre, de temas bárbaros, pero con atención y prudencia. Han almorzado y el grave calor de la siesta carga sobre la tierra cuando el forastero convida a don Wenceslao a que se hagan unos tiritos. Rehusar sería una deshonra. Vistean los dos y juegan a pelear al principio, pero Wenceslao no tarda en sentir que el forastero se propone matarlo.
Tomado de Evaristo Carriego, Obras Completas,
Borges. Ajedrez-
Ajedrez
En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas. E1 tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ámbito en que se odian dos colores.Adentro irradian mágicos rigores
Las formas: torre homérica, ligero
Caballo, armada reina, rey postrero,
Oblicuo alfil y peones agresores.Cuando los jugadores se hayan ido,
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito.En el Oriente se encendió esta guerra
Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
«El hacedor», Obras Completas,
Borges- El reloj de arena.
El reloj de arenaEsta bien que se mida con la dura
Sombra que una columna en el estío
Arroja o con el agua de aquel río
En que Heráclito vio nuestra locuraEl tiempo, ya que al tiempo y al destino
Se parecen los dos: la imponderable
Sombra diurna y el curso irrevocable
Del agua que prosigue su camino.Está bien, pero el tiempo en los desiertos
Otra substancia halló, suave y pesada,
Que parece haber sido imaginada
Para medir el tiempo de los muertos.Surge así el alegórico instrumento
De los grabados de los diccionarios,
La pieza que los grises anticuarios
Relegarán al mundo cenicientoDel alfil desparejo, de la espada
Inerme, del borroso telescopio,
Del sándalo mordido por el opio,
Del polvo, del azar y de la nada.¿Quién no se ha demorado ante el severo
Y tétrico instrumento que acompaña
En la diestra del dios a la guadaña
Y cuyas líneas repitió Durero?Por el ápice abierto el cono inverso
Deja caer la cautelosa arena,
Oro gradual que se desprende y llena
El cóncavo cristal de su universo.Hay un agrado en observar la arcana
Arena que resbala y que declina
Y, a punto de caer, se arremolina
Con una prisa que es del todo humana
«El hacedor», Obras Completas,
Borges. "El Puñal"
El puñal
En un cajón hay un puñal.
Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado;
Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que
lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo
tuvo alguna vez en la mano.
Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se
advierte que hace mucho que lo buscaban;
la mano se apresura a apretar la empuñadura
que la espera; la hoja obediente y poderosa
juega con precisión en la vaina.
Otra cosa quiere el puñal.
Es más que una estructura hecha de metales; los
hombres lo pensaron y lo formaron para un
fin muy preciso; es de algún modo eterno,
el puñal que anochece mató a un hombre en
Tacuarembó y los puñales que mataron a
César. Quiere matar, quiere derramar brusca
sangre.
En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas,
interminablemente sueña el puñal su sencillo
sueño del tigre, y la mano se anima cuando
lo rige porque el metal se anima, el metal
que presiente en cada contacto al homicida
para quien lo crearon los hombres.
A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan
impasible o inocente soberbia, y los años pasan inútiles
Obra Poética, 1923-1970,
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