sábado, 9 de enero de 2010

Ballay Gustavo Daniel














Amalia Sonríe













UNO


 Amalia sonríe, ha visto a Gallito acercarse presuroso con sus colorinches pantaloncitos remendados. Se incorpora con pereza dejando el largo mostrador del bar luego de acariciarlo con su mano. Saca un billete y unas cuantas monedas del cajón. Espera a Gallito. Los parroquianos no se inmutan, juegan naipes, beben y otros más allá tejen viejas historias aderezadas con la magia propia de la caña o el tinto. Augusto sirve otra ginebra. Anochece. Amalia espera al niño junto al postigón de la derruida ventana. Gallito ha desaparecido.
                                      ¿Qué se ha hecho este chiquillo del demonio? – Se pregunta en voz alta mirando de reojo a su marido -.
                    Augusto se da vuelta y la observa con detenimiento, mientras ésta se acerca a la puerta refunfuñando. Nadie le presta demasiada atención. El loco Delgar deja a Blanca en el suelo y luego de besarla en la frente sale cuesta abajo vociferando, profiriendo alaridos. La gata lo conoce y se queda inmóvil. Todos entienden que se atacó y sigue el juego, el basto gana y Juan resopla exultante. Jacobo ríe, mira a Delgar por la ventana, e invita la vuelta. El galgo flaco de Juan advierte a la furiosa mujer y sale al trote lento sin rumbo conocido, como escapando al sol, desdibujado más allá del potrero como si fuese un caballo enfermo. La figura del inquieto Andrés, hijo del intendente, se retrata en la puerta principal.
                                      Debe de andar jugando con los Pérez dice Augusto-.
                                      No creo que desaparezca así como así – contesta Amalia visiblemente alterada –
                    Rosi levanta lentamente la vista de los rojos mosaicos gastados y le guiña el ojo a uno de los jugadores de truco que esta contra la pared.
                    ¿Por qué no descansás? – le dice Augusto a su mujer - . Ésta, malhumorada, se va para adentro.
                    -El lunes la llevo al doctor, estoy preocupado…  siempre anda diciendo que ve a uno… que ve a otro… y al final  se la agarra conmigo, ahora la convencí de ir a lo del doctor, creo que es lo mejor. No quiero vender el boliche, me gustaría morirme por acá. Debe haber alguna cura para todas esas fantasías, para esos sueños que se le hacen realidad. La semana pasada pretendía que Andresito le hiciera los mandados, -lo creyó Gallito- estos sabandijas la gozaban. Ayer me confesó que había comprado cuatro pura sangre sin que supiese su marido y que pensaba esconderlos temporalmente en la estancia… yo me empecé a reír, y fue como si despertara... Estoy preocupado.
                                       Rosi lo mira asintiendo, sin soltar su  tinto recién empezado.
                     -Y sí, va a ser lo mejor. – contesta Rosi levantando la cejas -.







 Dos


- Ud. me entiende mozo? o será que explique lo que explique todos me consideran loco? – Delgar gesticula arqueando las cejas por sobre las hileras de botellas empolvadas, sus agrietados ojos se ponen blancos y sus brazos se elevan al cielo -
Rosi lo escucha con atención inclinando levemente la cabeza hacia un lado como sí semejante recurso consiguiera sonsacarle más información, no es del lugar pero lleva aquí casi veinte años y no es casual, ha recopilado minuciosamente miles de historias, algunas locas y fascinantes, otras poco creíbles. Este oficio no buscado se ha hecho cargo de su vida, incluso relegado lo importante, lo más asequible, aquellas prioridades que todos coinciden en señalar, aunque ante la ejecución se tergiverse el orden conveniente, como al fin y al cabo terminamos haciendo todos en algún grado. Un pueblucho chico pero endiablado… lleno de locos. Se ha visto deslumbrado por los enigmas del lugar esencialmente, por todas esas condenadas preguntas que aún no podemos responder, al menos desde la razón, desde la lucidez, desde la salud mental... A veces, a las historias, las acercan personajes cultivados (dígase respetables), educados, etc. Otras llegan de la mano de tipos como Delgar o vagabundos o gente que solo esta de paso aquí, lo cual no es común. Algunos visitantes nos dejan un tanto perplejos pues si bien no explican ni aclaran ambigüedad alguna, sobreentienden algo raro aquí, donde no somos muchos y encima conocidos. No obstante el interés despertado por estos fabuladores poco tiene que ver con su condición social, es más, se diría que el valor de la historia no guarda relación alguna con la raigambre social.
Los años han permitido hallar un vínculo invisible –Rosi lo sabe-, un nexo gigantesco entre infinidad de relatos como si las piezas de un inacabable rompecabezas llegaran una a una sin orden determinado hasta forjar un cuadro regenerado como la vida misma, sí digo bien como la vida misma – dice Rosi en alta voz y Delgar se queda mirándolo, con ojillos encendidos - Ha descubierto una cínica relación entre los relatos y la realidad.
Hoy presiente una enfermiza obsesión que no lo deja en paz, incluso lo ha desmejorado como si no pudiese con tanta cosa rara. Los faltazos a la oficina postal son en su mayoría atribuidos al tinto y no a sus desvelos. Delgar le alcanza la solución –Ud. debería casarse, formar una familia, tener hijos. Entonces dejaría de pensar en estas cosas… me entiende, no?– Rosi no le contesta, se queda pensativo, huye con la presteza con que hubiese entregado una carta cuando joven, cuando apareció por aquí pesando varios quilos menos. Teme estar cada día más loco, como si pretendiese ahondar en una suerte de caos que superpusiera varias vidas a la vez, una pila de realidades sólo comprensibles desde la locura, donde los personajes escapan y se confunden llegando a cambiar de identidad. Terminaría tarde o temprano como Delgar… o medicado para no parecerse a Amalia.
De cualquier manera, todos suponemos dos grupos: el de los cuerdos y el de los no tan cuerdos. Unos recelan a otros y todos a su vez conviven como pueden en esta pequeña jungla como si no pasara nada o mereciéramos el divino castigo sujeto a nuestras vidas por siempre.
                 Horacio consideraba este barzucho como el epicentro de toda rareza y no sería impensado que las burlas de los parroquianos determinaran que no volviese por aquí hasta fallecer, solo se llegaba con sus tachos lecheros pero luego pernoctaba en otros bodegones para saciar su sed y jugar naipes. Ver a Amalia desvariar lo afectaba profundamente, la conocía de chica, pero nunca hablo de ella, lucía como indignado con Augusto en todo caso. Al principio, no lo tomamos demasiado en serio y quizás lo afectaba reconocerse en las historias de Delgar, Amalia y otros tantos… incluso haberse amanecido alguna vez con Rosi atando cabos de hechos inusuales o maléficos como le gustaba llamarlos, como cuando se le apersonó una conocida prostituta del pueblo en el auto del mismísimo intendente, pero hablando con la voz de la señora de éste. Hechos así terminaron por traumarlo y hasta en su propia casa lo trataban de loco, lo vigilaban por turnos como si fuese peligroso y por orden de su esposa lo rondaban sus hijos dos por tres. Dos semanas antes de morir Horacio le alcanzó a Rosi una carta que este nunca develó. No era hombre de escribir… pero esa suerte de indefensión propia de los campesinos ante hechos inexplicables lo desbordaba La mujer del lechero conocía su existencia, incluso dos hojas rotas demostrarían su desacuerdo en revelar esas boludeces… como reconoció uno de sus hijos una noche de festejos en el bar.
En el fondo todos admitíamos las interminables incoherencias del pueblo pero aceptarlas era de algún modo asumirse como perteneciente al grupo de los enfermos y demostrarlo sería enterrarse cada vez más. Dedicarse a desvariar y a su vez ser presa de las cargadas… Cualquier persona medianamente seria, aún dudando prefería mantenerse al margen.
Desde su visita al médico Amalia se veía bien no obstante hasta Blanca la notaba ida, empastillada, se quedaba mirándola. Augusto resignado nos explicó que gradualmente la medicación se reduciría y todos aquí terminamos bendiciendo las bondades del placebo y el tratamiento. También deslizó que el tema pasaba por restarle importancia a cualquier suceso inexplicable incluso evitando salir durante algún tiempo si fuera necesario. Amalia vencida por la curiosidad solía escuchar detrás de las puertas o de paso, pretendiendo justificar su estado con el menor comentario infeliz de nuestra parte. Nosotros empeñados en ayudarla evitábamos ciertos diálogos pero su intriga crecía a la par de nuestros esfuerzos. Delgar nos acusó de boludos y dijo que si se trataba de ayudar debíamos obrar naturalmente. Obvio, no estaba tan loco.





Tres


Pasado el 25 de mayo, acto mediante, donde la pequeña plaza se llenó, medio pueblo no salía del asombro. Un tropel de novillos avanzó sobre la gente que escuchaba el flemático discurso del intendente. Los arrieros no pudieron controlarlos y el desbande fue mayúsculo. Resultado, unos cuantos contusos,  la placita destrozada y el acto suspendido. Pero lo llamativo es que nadie pudo explicar jamás de donde habían salido esos jinetes del demonio con sus animales. Cuando doblaron en la panadería de Ramallo desaparecieron para siempre. No hay explicación. Por la noche, en el bar, el tata Ledesma dijo con la parsimonia de sus ochenta y nueve años que el arriero del lobuno era “suncho” Peñaloza y todos lo trataron de viejo borracho.
El mentado Peñaloza fue famoso por su rudeza y valor, supo desertar de las tropas de Lavalle siendo un mozuelo – esta suerte le costo tener que huir a campo traviesa hasta más allá del río colorado para salvar su pellejo - y por aquí ganó honda fama entre la gente de cuchillo y los arrieros avezados por vaquía y criminalidad. Tres cruces tatuadas a fuego marcaban el dorso de su encallecida mano derecha. Para nuestro mal, estaba fallecido hace cincuenta y pico de años...
Esta situación reunió al intendente, comisario, un par de estancieros y otros personajes relevantes del lugar. Hasta Rosi participó. Nadie pudo justificar lo que medio pueblo había visto y todos coincidían al decir que la desaparición de los novillos fue fantasmal y cercana a la panadería, envueltos en una gran nube de tierra que se confundía con el mismísimo cielo. Rosi apuntó cada testimonio como si fuese un encargado de actas y la tertulia acabó con un asado de ternera, con Amalia y Augusto como anfitriones, donde no faltaron  llamativas anégdotas de los personajes más famosos del lugar.


Cuatro


 Esta semana fue complicada. El jueves el bueno de Rosi, muchacho calmo y pensante, si los hay, entró al boliche con su uniforme de cartero desencajado como una tromba, a los gritos. Lo miramos con estupefacción. No era propio en él este comportamiento. Gritó un par de veces: lo ví !, lo ví ! El bar se alteró. Blanca desapareció detrás del mostrador y Augusto visiblemente preocupado le pregunto qué había visto. Se hizo un gran silencio. El cielo se veía fracturado a través de los ventanales como si una gran línea dividiera las nubes, las superpusiera. El golpe seco de las bolas del billar nos devolvió a la realidad. Entonces Rosi nos dijo: No puedo creer...
 Por la tarde le confió a Augusto que había visto a Horacio salir de la oficina de correos. Lloró al menos media hora hasta que Augusto consiguió encoparlo un poco. Cuando la situación mejoró Delgar pasó gritando: Horacio vive!, Horacio vive! Nos heló la sangre. Amalia se sintió mareada y con un recién llegado alcanzamos a socorrerla. Era demasiado. Hubo que duplicarle la medicación. El casín se suspendió y de a poco nos fuimos agrupando en la vereda, con el cielo divisor a cuestas y hablando bajo y de lado. De pronto el cielo se encapotó volviéndose azul negro y al final de la calle el desvencijado carro lechero de Horacio se perdió entre una nube de tierra rojiza. Gallito barría y los zainos de La Hambruna se soltaron del palenque y enfilaron derecho a la estancia.
Antes del anochecer el menor de los García acusó a suncho de alzarce con una cuartelera presuntuosa que había recalado poco tiempo atrás en lo de la Aurora – único burdel autorizado y tan viejo como el almacén de los Sánchez -, sin más merecimiento que su altanería y unos afiebrados ojos de bataclana en decadencia. El nunca conoció a suncho pero perspicaz como era, había distinguido a aquel fiero tropero de cara tiznada que arruinó la fiesta del 25. Una partida de siete hombres bien montados, incluído el comisario, intentó seguirle el rastro pero veinte leguas después, camino al sur, detrás del arroyo de los gatos, lo perdieron. Inexplicablemente erraron  varias veces el rumbo, llegando a adentrarse en un monte cerrado y desconocido donde un toro deforme y descomunal los corrió hasta perderse en un pajonal anegado. Cuando regresaron, después de varias horas de galope, eran seis. Estaban todos excepto el manco Sosa que cortó por el cañadón para visitar a una moza de sus afectos. Cuando entraron en el pueblo, un día después, toparon un cortejo fúnebre sin demasiadas luces, donde no faltaban perros y deudos consternados, que se dirigía lento al cementerio. El  comisario se apeó con un rosario de cuentas negras de su finada madre en la mano y deteniendo la caravana, destapó el humilde cajón posado sobre un carro ruso descubriendo cuatro cruces en la frente del manco.
Esa semana no se habló de otra cosa. El boliche era un hervidero y hasta los juegos de pasatiempo fueron abandonados por reñidas conversaciones de mesa, donde los ceniceros explotaban de colillas de cigarros y el humo se confundía con el vaho de los cuerpos hacinados hasta el anochecer.




Ballay Gustavo Daniel





De pie


También conozco hombres de pie. Los he visto mecerse por aquí y por allá.
                  Alguna vez, reflexionando concluimos:
                   "Quien esta acostumbrado a arrastrar la capa jamás se preocupará por las veces que la                                                                     engancha".




Ballay Gustavo Daniel



1 comentario:

  1. Amalia sonríe es un cuento en construcción. Por ahora van cuatro capítulos. En adelante vemos.

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