lunes, 11 de enero de 2010

Dolina Alejandro






El poeta Jorge Allen tuvo su primera novia a la edad de doce años.
Guarden las personas mayores sus sonrisas condescendientes. Porque en la vida de un hombre hay pocas cosas mas serias que su amor inaugural. Por cierto, los mercaderes, los Refutadores de Leyendas y los Aplicadores de Inyecciones parecen opinar en forma diferente y resaltan en sus discursos la importancia del automóvil, la higiene, las tarjetas de crédito y
las comunicaciones instantáneas. El pensamiento de estas gentes no debe preocuparnos. Después de todo han venido al mundo con propósitos tan diferentes de los nuestros, que casi es imposible que nos molesten.
Ocupémonos de la novia de Allen. Su nombre se ha perdido para nosotros, no lejos de Patricia o Pamela. Fue tal vez morocha y linda.


El poeta niño la quiso con gravedad y temor. No tenia entonces el cínico aplomo que da el demasiado trato con las mujeres. Tampoco tenia - ni tuvo nunca- la audacia guaranga de los papanatas.
Las manifestaciones visibles de aquel romance fueron modestas. Allen creía recordar una mano tierna sobre su mentón, una blanca vecindad frente a un libro de lectura y una frase, tan solo una: "Me gustas vos."En algún recreo perdió su amor y más tarde su rastro.
Después de una triste fiestita de fin de curso, ya no volvió a verla ni a tener noticias de ella. Sin embargo siguió queriéndola a lo largo de sus años. Jorge Allen se hizo hombre y vivió formidables gestas amorosas. Pero jamás dejo de llorar por la morocha ausente.


La noche en que cumplía treinta y tres años, el poeta supo que había llegado el momento de ir a buscarla.
Aquí conviene decir que la aventura de la Primera Novia es un mito que aparece en muchísimos relatos del barrio de Flores. Los racionalistas y los psicólogos tejen previsibles metáforas y alegorías resobadas. De ellas surge un estado de incredulidad que no es el más recomendable para emocionarse por un amor perdido. A falta de mejor ocurrencia, Allen merodeo la antigua casa de la muchacha, en un barrio donde nadie la recordaba. Después consulto la guía telefónica y los padrones electorales. Miro fijamente a las mujeres de su edad y también a las niñas de doce años. Pero no sucedió nada.
Entonces pidió socorro a sus amigos, los Hombres Sensibles de Flores. Por suerte, estos espíritus tan proclives al macaneo metafísico tenían una noción sonante y constante de la ayuda. Jamás alcanzaron a comprender a quienes sostienen que escuchar las ajenas lamentaciones es ya un servicio abnegado. Nada de apoyos morales ni palabras de aliento. Llegado el caso, los muchachos del Ángel Gris actuaban directamente sobre la circunstancia adversa: convencían a mujeres tercas, amenazaban a los tramposos, revocaban injusticias, luchaban contra el mal, detenían el tiempo, abolían la muerte. Así, ahorrándose inútiles consejos, con el mayor entusiasmo buscaron junto al poeta a la Primera Novia.

El caso no era fácil. Allen no poseía ningún dato prometedor. Y para colmo anuncio un hecho inquietante:

- Ella fue mi primera novia, pero no estoy seguro de haber sido su primer novio.
- Esto complica las cosas- dijo Manuel Mandeb , el polígrafo-. Las mujeres recuerdan al primer novio, pero difícilmente al tercero o al quinto.
El músico Ives Castagnino declaro que para una mujer de verdad, todos los novios son el primero, especialmente cuando tienen carácter fuerte. Resueltas las objeciones leguleyas, los amigos resolvieron visitar a Celia, la vieja bruja de la calle Gavilán. En realidad, Allen debió ser llevado a la rastra, pues era hombre temeroso de los hechizos.

- Usted tiene una gran pena - grito la adivina apenas lo vio.
- Ya lo sé señora... dígame algo que yo no sepa....
- Tendrá grandes dificultades en el futuro....
- También lo sé....
- Le espera una gran desgracia....
- Como a todos, señora.... - Tal vez viaje.... - O tal vez no....
- Una mujer lo espera.... - Ahí me va gustando... ¿Donde esta esa mujer?
- Lejos, muy lejos... En el patio de un colegio. Un patio de baldosas grises. - Siga... con eso no me alcanza. - Veo un hombre que canta lo que otros le mandan cantar. Ese hombre sabe algo....Veo también una casa humilde con pilares rosados.
- ¿Qué mas? - Nada mas... Cuanto más yo le diga, menos podrá usted encontrarla. Váyase Pero antes pague.


Los meses que siguieron fueron infructuosos. Algunas mujeres de la barriada se enteraron de la búsqueda y fingieron ser la Primera Novia para seducir al poeta. En ocasiones Mandeb, Castagnino y el ruso Salzman simularon ser Allen para abusar de las novias falsas.
Los viejos compañeros del colegio no tardaron en presentarse a reclamar evocaciones. Uno de ellos hizo una revelación brutal.


- La chica se llamaba Gómez. Fue mi Primera Novia - Mentira! - grito Allen.
- ¿Por qué no? Pudo haber sido la Primera Novia de muchos.

Entre todos lo echaron a patadas.
Una tarde se presento una rubia estupenda de ojos enormes y esforzados breteles. Resulto ser el segundo amor del poeta. Algunas semanas después apareció la sexta novia y luego la cuarta. Se supo entonces que Jorge Allen solía ocultar su pasado amoroso a todas las mujeres, de modo que cada una de ellas creía iniciar la serie.

A fines de ese año, Manuel Mandeb concibió con astucia la idea de organizar una fiesta de ex-alumnos de la escuela del poeta.
Hablaron con las autoridades, cursaron invitaciones, publicaron gacetillas en las revistas y en los diarios, pegaron carteles y compraron masas y canapés.
La reunión no estuvo mal. Hubo discursos, lagrimas, brindis y algún reencuentro emocionante. Pero la chica de apellido Gómez no concurrió. Sin embargo, los Hombres Sensibles- que estaban allí en calidad de colados- no perdieron el tiempo y trataron de obtener datos entre los presentes. El poeta converso con Inés, compañera de banco de la morocha ausente.


- Gómez, claro -dijo la chica- . Estaba loca por Ferrari. Allen no pudo soportarlo.
- Estaba loca por mí.
- No, no... Bueno, eran cosas de chicos.


Cosas de chicos. Nada menos. Amores sin calculo, rencores sin piedad, traiciones sin remordimiento.
El petiso Cáceres declaro haberla visto una vez en Paso del Rey. Y alguien se la había cruzado en el tren que iba a Moreno.
Nada más.
Los muchachos del Ángel Gris fueron olvidando el asunto. Pero Allen no se resignaba. Inútilmente busco en sus cajones algún papel subrepticio, alguna anotación reveladora. Encontró la foto oficial de sexto grado.
Se descubrió a si mismo con una sonrisa de zonzo. La morochita estaba lejos en los arrabales de la imagen, ajena a cualquier drama.

-¡Ay, si supieras que te he llorado....! Si supieras que me gustaría mostrarte mi hombría... Si supieras que lo que aprendí desde aquel tiempo...
Una noche de verano, el poeta se aburría con Manuel Mandeb en una churrasquería de Caseros. Un payador mediocre complacía los pedidos de la gente.
- Al de la mesa del fondo le canto sinceramente....
De pronto Allen tuvo una inspiración.

- Ese hombre canta lo que otros le mandan cantar.
- Es el destino de los payadores de churrasquería
- Celia, la adivina, dijo que un hombre así conocía a mi novia....

Mandeb copo la banca.
- Acérquese, amigo.
El payador se sentó en la mesa y acepto una cerveza. Después de algunos vagos comentarios artísticos, el polígrafo fue al asunto.

- Se me hace que usted conoce a una amiga nuestra. Se apellida Gómez, y creo que vivía por Paso del Rey.
- Yo soy Gómez - dijo el cantor- . Y por esos barrios tengo una prima.

Después pulso la guitarra, se levanto y abandonando la mesa se largo con una décima.

-Acá este amable señor conoce una prima mía
que según creo vivía en la calle Tronador.
Vaya mi canto mejor
con toda mi alma de artista tal vez mi verso resista
pa' saludar a esta gente y a mi prima, la del puente sobre el Río Reconquista.


Durante los siguientes días los Hombres Sensibles de Flores recorrieron Paso del Rey en las vecindades del río Reconquista, buscando la calle Tronador y una casa humilde con pilares rosados. Una tarde fueron atacados por unos lugareños levantiscos y dos noches después cayeron presos por sospechosos. Para facilitarse la investigación decían vender sábanas. Salzman y Mandeb levantaron docenas de pedidos.
Finalmente , la tarde que Jorge Allen cumplía treinta y cuatro años, el poeta y Mandeb descubrieron la casa.

- Es aquí. Aquí están los pilares rosados
Mandeb era un hombre demasiado agudo como para tener esperanzas.
- No me parece, Vámonos
Pero Allen toco el timbre. Su amigo permaneció cerca del cordón de la vereda.
- Aquí no es, rajemos.
Nuevo timbrazo. Al rato salió una mujer gorda, morochita, vencida, avejentada. Un gesto forastero le habitaba el entrecejo. La boca se le estaba haciendo cruel. Los años son pesados para algunas personas.
- Buenas tardes. - dijo la voz que alguna vez había alegrado un patio de baldosas grises.

Pero no era suficiente. Ya la mujer estaba mas cerca del desengaño que de la promesa.
Y allí, a su frente, Jorge Allen, mas niño que nunca, mirando por encima del hombro de la Primera Novia, esperaba un milagro que no se producía.

- Busco a una compañera de colegio- dijo- . Soy Allen, sexto grado B, turno mañana. La chica se llamaba Gómez.
La mujer abrió los ojos y una niña de doce años sonrío dentro suyo. Se adelanto un paso y comenzó una risa amistosa con interjecciones evocativas. Rápido como el refucilo, en uno de lo procedimientos más felices de su vida, Mandeb se adelanto.
- Nos han dicho que vive por aquí... Yo soy Manuel Mandeb, mucho gusto.

Y apretó la mando con toda la fuerza de su alma , mientras le clavaba una mirada de suplica, de inteligencia o quizás de amenaza.
Tal vez inspirada por los ángeles que siempre cuidan a los chicos, ella comprendió.


- Encantada- murmuro- Pero lamento no conocer a esa persona. Le habrán informado mal.
- Por un momento pensé que era usted - respiro Allen-. Le ruego que nos disculpe.
- Vamos - sonrío Mandeb-. La señora bien pudo haber sido tu alumna, viejo sinvergüenza....


Los dos amigos se fueron en silencio.
Esa noche Mandeb volvió solo a la casa de los pilares rosados. Ya frente a la mujer morocha le dijo:


- Quiero agradecerle lo que ha hecho.... - Lo siento mucho... No he tenido suerte, estoy avergonzada, míreme....
- No se aflija. Él la seguirá buscando eternamente.

Y ella contesto, tal vez llorando:
- Yo también. - Algún día todos nos encontraremos. Buenas noches, señora.

Las aventuras verdaderamente grandes son aquellas que mejoran el alma de quien las vive. En ese único sentido es indispensable buscar a la Primera Novia. El hombre sabio deberá cuidar -eso si- el detenerse a tiempo, antes de encontrarla.
El camino esta lleno de hondas y entrañables tristezas. Jorge Allen siguió recorriéndolo hasta que el mismo se perdió en los barrios hostiles junto con todos los Hombres Sensibles.


De “Crónicas del Ángel Gris”









La historia del psicoanálisis en el barrio de Flores es bastante curiosa.
Quienes conocen a los Hombres Sensibles ya sospecharan que las teorías de Freud no fueron formuladas pensando en ellos. Y aunque estos varones siempre fueron aventureros y buscadores de sueños, cuesta bastante imaginarlos en el sillón de un psicoanalista.
Sin embargo, muchos profesionales alcanzaron cierto éxito en el barrio del Ángel Gris.
Algunos fueron consultados por los Hombres Sensibles y hasta existieron escuelas y corrientes opuestas que dieron lugar a apasionantes polémicas.
El primer analista que se estableció en Flores fue -según dicen- el doctor Mauricio D. Finkel.
Los comienzos no fueron fáciles y su consultorio de la avenida Rivadavia permaneció desierto durante meses. Los vecinos creían entender que Finkel adivinaba la suerte o tiraba las cartas o tal vez vendía rifas.
Con esa idea se presento un día de invierno el primero de sus pacientes.
Se trataba del poeta Jorge Allen, quien buscaba consuelo a un desengaño amoroso y pensó que no estaba del todo mal intentar alguna solución mágica.
Finkel lo hizo recostar en su diván y lo invito a hablar. Allen le contó minuciosamente como había sido abandonado por cierta señorita de La Paternal, la forma en que sufría y otros detalles menores. Transcurrido un buen rato, Finkel se levanto y dio por terminada la entrevista.
- Bien - dijo Allen -. ¿Qué hago?
- Venga el jueves a la misma hora.
- ¿Para qué?
- Vea, se trata de que usted vaya comprendiendo su propio problema.
La solución la encontrara precisamente en esa misma comprensión.
Allen regreso varias veces. Comprendió perfectamente su caso, lo cual no le sirvió de nada: la chica de La Paternal se caso con un consignatario de Alberti. Enterado de esta tragedia, el enamorado anuncio a Finkel su decisión de interrumpir el tratamiento.
- Usted no entiende - sentencio el analista - el punto es ubicarlo a usted ante la realidad para que acepte y supere el dolor.
- No deseo superar el dolor. Ya he perdido a la mujer que quería:
¿Pretende usted dejarme también sin el sufrimiento? Dígame cuanto le debo.
A pesar de este primer fracaso, Finkel hizo carrera. Cuando los Hombres Sensibles se enteraron de la teoría del subconsciente, creyeron encontrarse ante una hermosa leyenda.
En la plaza, los Narradores de Historias sorprendían a su auditorio manifestando que todos llevábamos dentro a otro señor, que es en verdad el que domina nuestra persona.
Agregaban que este señor oculto aparecía en los peores momentos, poniendo en nuestras vidas notas de lujuria, bestialidad y grosería.
La leyenda del subconsciente se fue transformando vigorosamente y algunas de sus versiones son asombrosas. Durante mucho tiempo se creyó en Flores que todo acto indecoroso era responsabilidad del subconsciente, quedando a salvo la inocencia de quien lo perpetrara. Así, los guarangos de la zona justificaban sus gritos, zafadurías y provocaciones culpando al extraño que llevaban dentro.
Las personas decentes y rectas se jactaban de no tener subconsciente y muchos padres amenazaban a sus hijos con disponer la extirpación quirúrgica del intruso responsable de sus travesuras.
Manuel Mandeb afirmó una madrugada que él tenia varios subconscientes, la mayoría de los cuales estaba en contra suya.
Casi en los confines de Villa del Parque, algunos grupos de fantásticos creyeron que el subconsciente salía de su envoltura carnal en las noches de luna llena para cometer toda clase de perversidades.
Sea por el auge de esta leyenda, sea por la improbada labor de grupos de lechuguinos procedentes del centro, el caso es que el doctor Finkel y algunos otros psicoanalistas llegaron a disponer de una regular clientela.
Los Refutadores de Leyendas no se opusieron a esta actividad, pues habían oído decir que se trataba de algo científico. También es cierto que no concurrían a los consultorios, lo cual es una lastima: no debe haber nada más apasionante que los sueños de un racionalista.
Con la aparición de nuevos profesionales, empezaron también los diferentes enfoques, las herejías y las discusiones.
Finkel era ortodoxo: no dialogaba con sus pacientes, se ponía lejos de su vista y no les permitía que lo miraran. Sus enemigos afirmaban que el hombre aprovechaba para dormir.
Otros aseguraban que se iba a la cocina y regresaba sobre el final de la sesión. Y no faltaban los que creían que atendía a dos o más personas al mismo tiempo, dando vueltitas de inspección entre pieza y pieza.

Otros psicoanalistas prefirieron enfrentar a sus clientes y discutir con ellos. Una rama de la calle Bilbao se llevo esta actitud al extremo. Así nació la Escuela Psicoanalítica de la Mala Sangre.
Los médicos que siguieron esta novedosa técnica se propusieron reaccionar ante el relato del paciente de un modo evidente y hasta exagerado, para que el enfermo comprendiera que se lo compadecía.

Por ejemplo: si un señor contaba que su esposa lo tenia harto, el analista lloraba amargamente hasta caer en la desesperación.
Claro que esta terapia tuvo, algunas veces, consecuencias desagradables.
Así, cuando alguien contaba que castigaba a sus hijos, no faltaba el psicólogo taura que se plantaba frente al escritorio y gritaba: "Por que no me pegas a mi, sinverguenza".
Las actividades de la Escuela Psicoanalítica de la Mala Sangre cesaron, más que nada, a causa de las quejas de los vecinos.
Un negocio bastante interesante fue el de los psicoanalistas a domicilio.
La idea surgió a partir de la fuerte necesidad que muchos pacientes tenían de sus analistas a toda hora. Ciertos neuróticos pudientes pensaron que una buena solución era contratar a un psicoterapeuta de modo permanente.
Entonces se hizo bastante frecuente la costumbre de tener un analista en la casa, lo que - de paso - eliminaba la molestia de someterse a una sesión, pues no tenia mayor sentido contarle al profesional lo que este podía ver con sus propios ojos.
Lo cierto es que, en el caso de los psicoanalistas ortodoxos, su función en el domicilio del enfermo no era mucho más activa que la de un florero.
Se limitaban a recorrer las habitaciones murmurando "jem" y asintiendo con la cabeza. Muchos de ellos todavía siguen en las casas de familias adineradas, algunos como jardineros, otros como primos o entrenados.
El auge de la actividad psicoanalítica en el barrio de Flores popularizo sus técnicas más sencillas. Cualquier modista sabia lo que era el complejo de Edipo o una neurosis obsesiva. Los Hombres Sensibles se sintieron fascinados por el juego de la interpretación. Para ellos no se trataba de un ejercicio científico, sino más bien artístico. Y no les faltaba razón.
Alguien deja un paraguas olvidado en el bar La Pilarica. Interpretación: existe el deseo de volver al establecimiento.
Alguien cuenta chistes todo el tiempo. Interpretación: hay una pena oculta.
Alguien siente horror por los cuchillos. Interpretación: Hubo un accidente en la niñez.
Desde luego, los poetas del barrio acuñaron interpretaciones nuevas muchas de ellas de alto valor literario. Veamos:
Alguien se mete el dedo en la nariz. Interpretación: Esta buscando su alma.
Una mujer es demasiado hermosa. Interpretación: se trata del demonio.
Un hombre come terrones de azúcar. Interpretación: es tucumano.
Un hombre afila su cuchillo en el cordón de la vereda: venganza segura.
El mismo mecanismo se observo en la interpretación de los sueños.
Según los Hombres Sensibles, soñar con una mujer es amarla, soñar con zapatos negros es morirse, soñar con caerse es el cincuenta y seis.
Otra de las consecuencias de esta vocación psicológica fue el convencimiento general de que todo tiene orígenes mentales. Así, cuando un muchacho se ensartaba un clavo en el pie, algunos médicos aplicaban la vacuna antitetánica y otros preguntaban por la relación del ensartado con sus padres.
De cualquier modo, el entusiasmo fue decayendo. Tal vez el principal responsable fue Manuel Mandeb. El pensador árabe empezó a desconfiar de quien trataba de abarcar el alma con menesterosas definiciones.
No le gustaba tampoco la ausencia del pecado en aquellas construcciones donde no había canallas, sino enfermos y donde los sinvergüenzas eran llamados psicóticos.
De estas inquietudes surge una obtusa monografía titulada "Locos éramos los de antes".
En realidad el trabajo consiste en la exposición de ciento nueve casos de personas que concurrieron al psicoanalista, sin curarse de nada y - lo que es peor - adquiriendo una espantosa satisfacción de si mismas.
La verdad es que el trabajo de Mandeb carece de todo rigor científico, pero consigue dejar la extraña sensación de que al psicoanálisis tampoco le sobra este rigor.
Esto es quizás falso. Pero uno no termina de convencerse, tal es el efecto que los pensadores pasionales, como Manuel Mandeb, producen en las personas razonables.
Hoy en día, supongo yo, los grandes investigadores del alma transitaran otros caminos menos pintorescos. Ya no parece tener mucho sentido contarle nuestras fantasías a un señor durante veinticinco años para ver si conseguimos dormir tranquilos.
Mis amigos ilustrados me cuentan que hay nuevas técnicas y que la ciencia adelanta a modo bestial.
Como quiera que sea, el sencillo propósito de esta nota ha sido llamar la atención sobres aspectos estéticos del psicoanálisis. No importa que no sirva para nada: sus rituales, sus aristas absurdas, sus tiros en la noche, sus metáforas, su solemnidad son elementos que un verdadero artista no debería desechar jamás.
Tal vez llego tarde y todos han comprendido esto. Quizás los terapeutas y sus pacientes no hacen más que jugar, semana tras semana, un juego apasionante en que las fichas son sueños, ilusiones, fantasías, recuerdos, angustias, amores, des encuentros y frustraciones Esto es casi tan bueno como curar manías persecutorias.

De “Crónicas del Ángel Gris”






Al sur de Flores existen dos ligustros.
Uno es propiedad del ángel gris. si una pareja de enamorados se recuesta en él para afilar, las hojas ejercen una acción benefactora y excitante. Todas las luces del barrio se apagan y un vals sentimental llega desde las ramas de los árboles.
El otro ligustro es contiguo y pertenece a los Brujos de Chiclana. Si alguien realiza maniobras de amor en su follaje, padece las peores calamidades. Las damas son raptadas por los Brujos y los caballeros molidos a palos.
No se sabe cuál es la exacta ubicación de estos ligustros y es por esto que las parejas de Flores prefieren los umbrales, los paredones y los yuyales.

De “Crónicas del Ángel Gris”

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