sábado, 30 de enero de 2010

Barna Tomäs


Una Propiedad del Sueño


Ahí vas haciendo un hueco en la niebla dura de la mañana de julio. Un clavel rojo brota de la línea verde del tallo que se adhiere a -tu mano derecha. La vendedora de flores con toda su vejez a cuestas, se había detenido un momento antes frente al carruaje blanco, la cruz, desde lo alto, esperó sorprendida. Un ramo grande, un ramo surcado por el temblor, se desprendió desde los dedos de esa mujer cristalina; los rojos y los blancos estallaron conmovidos junto al cajón del niño. El movimiento quedó aprisionado en los acordes del silencio, en la armonía de una actitud llena de amor. Todo dejó de palpitar para adquirir un ritmo nuevo, como si un acento grave -en sordina- se expandiera con sutileza de ave hendiendo el espacio durante un segundo. Fue el detenimiento del tiempo que se cristalizó así en eternidad,
La decrepitud, había dejado de ser, logrando destruir la tristeza y la soledad provocadas por la muerte del niño. Las lágrimas de los deudos quedaron suspendidas en las mejillas, y mejillas y lagrimas sintieron el poder de una dinámica esencial que las paralizó. El ámbito sufrió la impresión de aquel gesto nacido de un soplo interior.
El coche fúnebre reinició la marcha impulsado ahora por una conciencia jubilosa.
Tú continúas, con el rostro menos gris, el camino que te lleva al cementerio de San Jerónimo, El pavimento liso, demasiado prolijo, te conduce de memoria hacia el portón tras el cual reposan los disidentes en ese rincón de Córdoba tan injustamente marginado.
Los cipreses estilizan sus siluetas, se aligeran y parecen crecer aspirando a fundirse con los astros, la densidad de los primeros bloques de mármol se torna liviana, ágil, transparente, ante los correteos de dos perritos que se huelen, desaparecen detrás de una tumba, vuelven a mostrarse con la cola alta describiendo un semicírculo, saltan nerviosos sobre otra tumba, se hacen esguinces, otra vez se olfatean, se estremecen, se trasmiten los deseos con un gemir agudo, entrecortado, el machito concentra su celó en la lengua roja y ávida que asoma por entre los dientes colocándole a la derecha del morro, con sus belfos flojos; la hembra dilatando porfiadamente un ansía activa que al fin los conduce a ese acoplamiento epiléptico que precede a toda existencia.
Los dejas arrinconados sobre aquella piedra informe, aquella piedra en bruto que señala una inexistencia, que intenta gritar un nombre semiborrado por los años y borrado por el olvido.
Y no hay allí nadie más encima de la tierra. Sólo piedras, mármoles, flores, árboles, voces inefables, voces perdidas, audibles apenas por el espíritu, pájaros que son flautas, pájaros que son oboes aéreos cuyos sonidos aumentan y disminuyen, estallan y se silencian y se amalgaman con el sordo timbal de la bruma que lo envuelve todo ... apagándolo. Pero nace el silencio de los muertos que es una música atea, furtiva, como hecha de diapasones, donde juegan los triángulos, las celestas, apareciendo los coros, desencadenándose una tempestad sonora, y los oídos se transfiguran en caracolas y el cerebro en remolino y el corazón en mar y los órganos se desprenden y el cuerpo se siente sacudido con violencia y la destrucción interna agrieta la carne, distorsiona los nervios, agiganta los poros de la piel, hasta que una ráfaga de alas y de sol te rescata del silencio terrible que de pronto se ha instalado. Estás entre cipreses y pinos, entre pájaros y flores, entre lápidas y ansias truncas.
GINES CERVANTES 
Q.E.P.D.
3-5-1905 + 7-9-1929

Un sendero con tallos huérfanos sobre la tierra seca.
CHARLES T. T. BAYLEY 
Inglaterra 22-11-1879 
Córdoba 4-8-1950

A tu derecha, el dolor inerte de unos pétalos sin color. Y un poco más allá los ojos se detienen atraídos por una estrofa escrita en alemán.
CURT DIERS 
6.6.1908 + 5.7.1950 
Seele Des Menschen, 
Wie Gleichst Du Dem Wasser! 
Schicksal Des Menschen 
Wie Gleichst Du Dem Wind!


"El alma de los hombres es igual al agua! 
El destino de los hombres es igual al viento!"

Las líquidas voces de la mente se deslizan homogéneas en una esfera vaporosa donde todos los movimientos y las luces son posibles.
Y el drama de oír surge bello, vigoroso, de ese canto hecho aire que se vuelve grito: ¡el viento! Grito que presagia el primer grito humano. Grito anterior, interior y posterior al hombre. Grito o viento que al rozar la tierra levanta ese polvo que es miseria, pero que después -en una alquimia nueva- deviene éter que plasma el ritmo doble de la respiración.
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La florista y el entierro del niño. Los perros y el viento. Casi te extravías entre los sentidos y la meditación. Y lo único que buscas es un fragmento de tierra pura, sin mármoles, donde ni siquiera haya una piedra. Una porción de sólo dos metros cúbicos de tierra. Tierra que ya es tu propio padre.
Estás de pie -¿de pie?- ante...
-¡Noool Estoy CON él. Muy adentro
-¿Qué?¿Qué dices?
-Estoy entre la disolución.
-Pero ¿en qué momento? ¿Por qué?
-Porque quiero saber, El tiempo es un presente continuo, La muerte debe ser un artificio, La muerte no es, Eso busco: la verdad, Y descubro que aquí, bajo este sepulcro, un dedo o un gusano es la misma cosa. Y que ese ojo carcomido de mi padre, que yace aún más erizado por estos labios míos que besan todo lo que de él queda, es simplemente una nueva forma de la forma del ojo de mi padre que llevo en mi memoria. Aquí todo es caos. ¡Ah, pero cómo florece de este caos la serenidad que nace del hallazgo! Y yo también comienzo a disolverme y a adquirir olores nuevos, y a sentir -lejos de mi cuerpo que se va disgregando- la potencia hermosa de la vida, la fuerza que acoplaba a aquellos perros con un ardor rayano al delirio.
Aquí estoy, en la gran sementera, Hay algo de mí que germinará sin cesar. Y mi padre y yo, y los otros muertos -los muertos de siempre- seremos como el agua blanda que corre y se renueva y nunca es la misma y se mezcla a otras aguas y desaparece y renace.
El viento pasa. Lo sé. El viento siempre pasa. También parece extinguirse. Y un día, sin que nadie lo recuerde, sin que alguien lo vea, se presenta, ruge, ulula, hasta que emite el grito: no he muerto! no he muerto!. Y comienza a elevarse el polvo azotando las conciencias hasta que todo se enturbia, hasta que todo -poco a poco- de nuevo se transparenta, hasta que todo se torna diáfano, hasta que todo es aire, azul, sonido orgánico de una potencia primitiva que impulsa al sueño y que llamamos muerte.
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Hoy, diez meses después de aquel desdoblamiento, te he recuperado. Estás casi por regresar a mí. Por dejar de ser "el otro". Tengo la certeza, Te veo junto a tu mesa de escribir, terminando el relato que concebimos entre los dos. La silla te soporta pasivamente. El codo izquierdo es la base que sustenta tu cabeza de medusa de cuya frente arranca el puño que la refresca. Estás en un patio de tierra, en la comarca donde reina el zonda, deslumbrado por la cordillera mendocina. A tus espaldas el duraznero. Rodeado por un celeste de otoño. Paz. Y el sonido imperceptible, inefable, de la vida.

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