martes, 9 de agosto de 2011

Rosas y el empréstito Imperial


Por leyes del 19 de agosto y 28 de noviembre de 1822, la Legislatura, con oposición de los representantes federales, había acordado autorización al Poder Ejecutivo para contraer un empréstito exterior de 5.000.000 de pesos fuertes, o sea al cambio de entonces, el valor neto de un millón de libras esterlinas.
La provincia estaba en paz y no existía ninguna urgencia en agenciarse deudas; el producido se destinaría, se dijo, a construir en la ciudad obras sanitarias y un muelle, y en la campaña a fundar pueblos, nada de lo cual fue cumplido.
De acuerdo a sus autorizaciones se firmó el 1° de julio de 1824, en Londres, estando allí Rivadavia, entre la casa prestamista Baring Brothers y el Estado de Buenos Aires, representado por John Parish Robertson y Félix Castro, el contrato en virtud del cual el estado de Buenos Aires hipoteca todas sus rentas, bienes, tierras y territorios al pago de un millón de libras y sus intereses.
El empréstito, de acuerdo a instrucciones de Rivadavia, se coloca al 85% pero gira a Buenos Aires el 70%, y la diferencia se reparte entre banqueros y comisionistas, lo que representará una suculenta "coima". Tanto que Mr. Alexander Baring expresó su temor de que una operación tan irregular no fuese aprobada por el gobierno de Buenos Aires.
La intervención de Rivadavia, entonces ministro pero hombre del mayor poder, lo tranquilizó. Además, los prestamistas, por parecerles poco la garantía hipotecaria de toda la provincia, retienen como garantía adicional dos años de intereses (6%), o sea 120.000 libras y por igual concepto otras 10.000 libras por amortización adelantada; 7.000 por comisión reconocida y otras 3.000 que figuran como gastos. La provincia, en definitiva, sólo recibe 560.000 libras del millón a que se obligaba.

Emisión de títulos por 1.000.000 de libras al tipo 70%: 700.000.
Participación en la "coima" de la Casa Baring: 20.000.
Participación en la "coima" de los comisionistas: 120.000.
Saldo neto a recibir por el gobierno de Buenos Aires: 560.000.
Obligación hipotecaria del gobierno de Buenos Aires: 1.000.000.

Ya en 1828 Nicolás de Anchorena se quejaría de la falta de metálico en plaza: "¿Qué tenemos, pues, que agradecer a las administraciones anteriores que no tuvieron ni aun el sentido de hacer traer en metálico las setecientas mil libras que podían haberse recibido del millón que estaba pagando la Provincia? ¿Qué elogios podrán merecer?".
También Las Heras cuando fue gobernador reclamó el envío del empréstito en lingotes de oro. Pero la banca inglesa se negará "por prudencia" y solo gira 64.041 libras y establece que el resto quedará depositado pagando un interés de sólo el 3%, "que es todo lo que podemos dar". Corresponde acotar que, firmado el Bono General, Inglaterra se avino a reconocer con fecha 22 de febrero de 1825 nuestra independencia.
Los servicios del empréstito de 1824 estaban impagos desde 1828. Se creyó que Rosas al subir en 1829 al gobierno e inaugurar una administración "de orden" reanudaría el pago de los intereses y amortizaciones; pero las necesidades de la guerra civil lo impidieron.
Y en 1835, al inaugurar su segunda administración, eran muchos los peligros que asomaban contra la Confederación para pensar en la deuda externa. De todas maneras nunca olvidaría dedicar amables y promisorias palabras al respecto, como en el mensaje que clausuraba las sesiones de 1835: "El gobierno nunca olvida el pago de la deuda extranjera, pero es manifiesto que al presente nada se puede hacer por ella, y espera el tiempo del arreglo de la deuda interior del país para hacerle seguir la misma suerte, bien entendido que cualquier medida que se tome tendrá por base el honor, la buena fe y la verdad de las cosas".
No se le escapa que el empréstito, establecido como arma del imperialismo, podía ser usado astutamente como instrumento de resistencia y en las instrucciones a Manuel Moreno del 21 de noviembre de 1838, al ser éste designado embajador en Londres, se le ordenaba "no omitir medios" para ganarse el apoyo de los boneholders (tenedores de los bonos del empréstito), prometiéndoles que la reanudación de los pagos se haría "apenas el puerto quedase libre del bloqueo francés" y haciéndoles brillar el espejismo de una cancelación total de sus créditos "si en el gobierno de S. M. Británica habría disposición a una transacción pecuniaria para cancelar la deuda pendiente del empréstito con el reclamo respecto de la ocupación de las islas Malvinas".
La noticia de interesarse el gobierno de Buenos Aires por el pago del empréstito repercutió favorablemente en Londres como lo suponía Rosas. Se formó un Committee of Buenos Aires Boneholders cuya intervención en la actitud pacifista que tomó el primer ministro lord Palmerston en 1840 al exigir el cese del bloqueo francés fue evidente.
En los mensajes de 1841, ya lograda la paz, seguirá con su cantinela de "el gobierno no olvida...", pero la situación había cambiado porque el puerto de Buenos Aires estaba libre y la entrada por derecho de aduana era cuantiosa. De común acuerdo el Committee of Boneholders y la casa Baring nombraron un representante para presionar al gobierno de Buenos Aires: Frank de Pallacieu Falconnet.
Las instrucciones a Falconnet, del 5 de abril de 1842, le encargaban "ejecutar las garantías", consiguiendo de Rosas el derecho de intervenir la aduana hasta el pago íntegro de la deuda, una contribución que gravase las empresas agrícolas, comerciales y bancarias, la hipoteca de las tierras fiscales, un derecho a la exportación de los cueros y materias primas y un monopolio para navegar a vapor los ríos argentinos.
A mediados de 1842 Falconnet está en Buenos Aires. Por orden de Rosas, el ministro de Hacienda, Insiarte, deriva el problema a las Malvinas: lejos de ser la Confederación una deudora de Inglaterra, ésta lo era de aquella por el apoderamiento de las islas sin ningún derecho. Una vez pagada la "indemnización" correspondiente por el gobierno inglés, el argentino podría transferir su importe a los "bonoleros".
Falconnet se dejó envolver en esta acción astutamente dilatoria de imposible cumplimiento pero que dejaba sentados nuestros derechos en las islas usurpadas, y aceptó que se mandasen instrucciones al cónsul argentino en Londres, Jorge Federico Dickson, para "dar los pasos convenientes" conjuntamente con el ministro Moreno.
Rosas trasladaba así la presión de los "bonoleros" sobre el gobierno británico de Peel, sustituto de lord Palmerston. Si no era posible un arreglo no sería por su culpa sino por la de quien se negaba a indemnizar a la Confederación Argentina por el atropello cometido en las Malvinas.
Como es de imaginar, la Cancillería británica desconocería de plano que la Argentina tuviese legítimos derechos sobre las estratégicas islas australes y por lo tanto la negociación propuesta fallaba por la base. El sagaz gobernador bonaerense y encargado de las relaciones exteriores hacía del tema un problema entre ingleses: eran sus autoridades quienes hacían imposible el pago de los créditos de los "bonoleros" con sus absurdas pretensiones.
El empréstito fue finalmente saldado en 1904 después de haberse abonado ocho veces el importe recibido.

Bonoleros
En abril de 1943 todo estaba listo para la agresión contra la Argentina. A la ya poderosísima alianza de los conspiradores unitarios exiliados en Montevideo y las potencias Anglo-Francesas se agregaría la participación brasileña, siempre atenta a expandirse hacia el Río de la Plata.
Ousley y Deffaudis serian los nuevos embajadores de Inglaterra y Francia ante Rosas cuya misión seria la de preparar y ejecutar la intervención extranjera en el Río de la Plata.

Manuelita: Tatita, los gringos esperan hace ya un rato largo.

Rosas
 (dando usa respingo): Cierto, me había olvidado, hágalos pasar. ¿Recuerda lo que le dije?

Manuelita
: ¿Sobre Biguá y Eusebio? Claro que me acuerdo...

Rosas
: Cuando escuche mi tos me los manda a esos para adentro.
(Manuelita sale. A los pocos segundos regresa precediendo a un grupo de ingleses con aspecto de ricos.)

Rosas:
 ¡Adelante, adelante! (muy amable). Tomen asiento por favor, son bienvenidos a esta casa. (Luego de saludarlo, los ingleses se sientan, atentos y esperanzados.) Vamos a ir al grano, directamente. Los he citado en su carácter de representantes en el Río de la Plata de los tenedores de bonos correspondientes al empréstito británico, es decir de los "bonoleros".

Un Representante
 (fatuo, corrigiéndolo): Boneholders (fonética: "bounjoulders"), señor Gobernador...

Rosas
: (haciendo caso omiso) De aquí en más la Confederación Argentina, cuya jefatura ejerzo con la aprobación de todas las provincias que la componen, comenzará a pagar a todo bonolero sus intereses correspondientes y que por distintos motivos no habían podido cobrar hasta la fecha (murmullo de aprobación y sorpresa).

Otro Representante
 (contento): Nos alegramos enormemente por la decisión y se lo agradecemos, señor Gobernador.

Rosas:
 ¿Agradecer? Por favor, caballeros, soy yo quien en nombre del gobierno argentino debo pediros disculpas por la demora en dar satisfacción
a reclamos tan justos como los vuestros, pero ya lo dice el refrán: "Más vale tarde que nunca" (Risas obsecuentes de los "bonoleros". Rosas tose. La puerta se abre y entran los dos bufones).

Rosas
 (finge disgusto y sorpresa): Pero... ¿quién les ha dado permiso para entrar en mi despacho? (Biguá corre a Eusebio esgrimiendo un tosco revólver de madera). Les ruego disculpen esta intromisión

Biguá
 (habla con tono extranjero, imitando a un gringo): ¡Dame todos los patacones que llevás encima, gaucho atorrante!

Eusebio
 (fingiendo estar muy asustado): Sí, mister, tome, esto es lo único que tengo (le entrega algunas piedritas que simulan ser monedas).

Biguá
 (luego de contar ávidamente las monedas): No me alcanzan, necesito más (vuelve a amenazar a Eusebio con su arma) ¡Arriba las manos y entrégueme todos sus patacones, gaucho apestoso!

Eusebio
: Pero, mister, si usted me acaba de robar, no tengo nada para darle...

Biguá
 (haciéndose el confundido): Y, entonces ¿cómo hacemos? (Ambos bufones fingen pensar).

Eusebio
: Ya sé, tengo una idea, deme su revolver (Biguá se lo entrega). Yo robo a otro así usted me puede robar a mí ¿de acuerdo? (Eusebio se dirige a uno de los "bonoleros" y le apunta con su "arma"). Arriba las manos, mister, entrégueme todas sus monedas.

Rosas
 (ríe excesivamente, festejando a sus bufones mientras los echar con un ademán). Los "bonoleros", en cambio, se mantienen serios): Sepan disculpar a estos entrometidos.

Un Representante
:¿Y desde cuando comenzará a aplicarse esa medida?

Rosas
: Desde hoy mismo, de manera que ya mañana podrán pasar por la Tesorería Nacional a cobrar los intereses de sus representados.

Otro Representante
 (eufórico): Hoy, sin tardanza, escribiremos a Londres comunicando la buena nueva.

Rosas
 (despidiéndolos): Muy bien, señores, asuntos de Estado reclaman mi atención, de manera que me veo obligado a despedirme de ustedes. Si lo desean, mi hija Manuelita tendrá mucho gusto en enseñarles los jardines de esta casa. (Los "bonoleros" se despiden, contentos y obsequiosos. Cuando están a punto de salir Rosas los detiene.) Ah, caballeros, olvidaba decirles algo: que nuestra voluntad de pagar dichos intereses es tan férrea que sólo podrá alterarse por causas de fuerza mayor.

Representante
 (preocupado): ¿Qué causas, por ejemplo?

Rosas
: No tienen por qué preocuparse pues deberían producirse circunstancias altamente improbables, por ejemplo una intervención extranjera en contra de nuestro país. (Los bonoleros se miran entre sí.)

1 comentario:

  1. No se si se trata del primer crédito, pero es conveniente reparar en que las historias de megacanjes no son recientes y algunos de nuestros "próceres" no serían ajenos a semejantes inconductas. Tenemos obligación de leer nuestra historia para no repetirnos eternamente en nuestras propias miserías...

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